Después de tantos días de fútbol, el mundial nos daba un día entero para salir a recorrer algo más que la Plaza Roja y el Kremlin. Entre tantas y disímiles opciones, decidimos enfilar para el museo de la Segunda Guerra Mundial (la Gran Guerra Patria para los rusos), y si nos quedaba tiempo, visitaríamos el Museo de Dostoyevski. Tomamos subte, y bajamos en la estación Park Pobedy. La primer postal, es increíble: como en muchos lugares de la vía pública en Moscú, en uno de los pasillos subterráneos que se utilizan para cruzar las anchas avenidas, se encontraba un hombre sentado en un banquito con su bandoneón. Esto, como mencioné, no sería nada raro, dado que suele encontrarse este tipo de músicos tocando en la vía pública, con un gorro en el suelo para recibir “el reconocimiento” de eventuales transeúntes. Lo que hacía por demás particular la imagen, era que este hombre estaba rodeado por 4 personas (dos de ellos vistiendo la camiseta argentina, y otro la de Tigre), que acompañaban con improvisados instrumentos de percusión, y coreando la letra de “La Cumbita”, de Tambó-Tambó. Cuando les preguntamos si el músico era argentino, nos respondieron que no, que era ruso, y que en menos de 20 minutos sacó el ritmo de la canción que le hicieron escuchar ellos. Increíblemente, la gente pasaba, se entretenía unos instantes, y dejaba el respectivo “reconocimiento”. Al ruso le brillaba la cara, y tocaba cada vez con más ganas.
Una vez en el Museo, el asombro es mayúsculo. No es concebible que hayan creado semejante Museo. Por supuesto que se encuentran exposiciones de elementos propios de la guerra (se exhiben armas de distinto calibre, uniformes, insignias, cartas, mapas, etc.), todo ubicado de acuerdo a un perfecto orden cronológico, sino que además, han conseguido recrear el clima de guerra, y las sensaciones que generan son incomparables. Las vedettes son los 6 dioramas alusivos a las principales batallas liberadas en la Unión Soviética y las recreaciones de la invasión a Berlín. Dedicamos casi 6 horas al paseo, y no conseguimos terminar de recorrerlo detenidamente como hubiésemos querido.
A la salida, después de cruzar el Parque de la Victoria, bajamos nuevamente al cruce subterráneo, pensando que probablemente nos encontremos a los 4 argentinos que estaban aleccionando al ruso. Por supuesto, ya no estaban. Pero el músico sí, y tal y como lo dejamos cuando pasamos a la mañana, estaba con bastantes oyentes alrededor suyo. A medida que nos acercamos, y pudimos empezar a percibir lo que estaba tocando, nos miramos con el Lechuza y no pudimos contener la sonrisa. Si no estábamos equivocados, el ruso estaba tirando los acordes de Llora Me Llama, de Los Palmeras, y el gorrito en el piso estaba rechoncho de monedas y billetes.